La llegada a Amman (Jordania) significaba un cambio importante. Nos separamos del resto del grupo que salía al día siguiente para Turquía para emprender nuestro viajecito para Israel. En el aeropuerto de Amman nos encontramos con Andrés que venía desde Estados Unidos para unirse a esta parte del viaje y de los que ya veníamos nos abrimos Nacho, Cachi, Gabi, Ale, Maite, Nacho Correa y yo. En el aeropuerto nos despedimos del resto que seguía viaje, con quienes recién nos reencontraríamos en Paris con el retiro de la camioneta (y ahora mirado desde Grecia, un día antes de encontrarnos, se extrañó!!).
El viaje a Israel surgió en una charla con un viajero del año pasado, Agustín Dieste, que nos comentó que él había ido a Jerusalén y también nos contó de otra gente que había ido a Egipto desde Jordania. Primero intentamos cuadrar los días para llegar a Egipto, pero no daban y nos quedamos con Jerusalén, Petra y el Mar muerto.
El día que llegamos a Amman teníamos pensado salir inmediatamente para Jerusalén porque sabíamos que el cruce podía llevar un buen rato. Pero cuando llegamos al hostal donde íbamos a dejar las valijas (para ir más livianitos por el tema de que la frontera es complicada), el dueño del hostal (Alí, todo un personaje en esta historia) nos dijo que por ser viernes la frontera cerraba a las 13.00 hs y no llegábamos. Por suerte le hicimos caso, porque después confirmamos que los viernes y sábados cierra temprano. Viendo frustrados nuestros planes nos procuramos transporte (dos “taxis”) que nos llevaron al Mar Muerto del lado jordano.
El Mar Muerto es el punto más bajo de la tierra (unos 400 metros por debajo del nivel del mar) y el agua tiene un 30% de sal (frente a 3% en un mar estándar), lo que lo hace sumamente inhóspito. Sobre el Mar Muerto hay playa pero todo es muy árido. Jordania es básicamente desierto. Entramos por una especie de spa que además de la playa sobre el mar tenía unas piscinas (que al principio pensamos que no íbamos a usar pero después supieron ser muy útiles para sacarnos la sal). Primera cosa, en el mar muerto uno no se puede zambullir. El agua es una especie de aceite, en el que uno obviamente flota (muy impresionante!!! Estaba haciendo la plancha y no me podía parar!) y te arde TODO pero TODO. Una mínima lastimadura en un dedo duele y, en nuestro caso, las consecuencias de las diarreas de India se hicieron sentir. Después del baño salado, nos quedamos un buen rato en la piscina (lo que no estuvo mal porque hacía mucho calor, no tanto como en India, pero hacía calor).
Desde ahí volvimos a nuestro hostal (realmente tétrico, mugriento, tenebroso) donde cenamos comida jordana (era un arroz con pollo, nada muy raro) y nos acostamos temprano ya que al día siguiente salíamos para Jerusalén. Lo único lindo del hostal era la vista nocturna de Amman (que lo único que tenía lindo era su vista nocturna jeje).
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