Llegamos medio tarde a la posada que había reservado mami, pero eso no impidió que disfrutáramos del paisaje que la rodeaba, realmente increible. La posada quedaba a las afueras de la ciudad de Salzburgo, en lugar rodeado de montañas y lleno de casitas chiquitas. Tenía pocas habitaciones, muy prolijas y era administrada por una pareja. Nos instalamos y salimos en el auto a dar una vuelta por el centro de Salzburgo. Cuando quisimos acordar eran las 9.00 y empezamos a buscar un lugar para comer, pero estaba todo cerrado, evidentemente los austriacos tiene horarios muy distintos a los nuestros (algo que no se notaba tanto en República Checa). Después de dar muchas vueltas por una ciudad prácticamente desierta, encontramos un restaurante chiquito que estaba dispuesto a atendernos (no de muy buena gana) considerando que éramos solo cuatro donde cenamos muy rico.
Al día siguiente salimos temprano a recorrer la ciudad que es de un tamaño que permite recorrerla fácilmente a pie y nos encontramos con una ciudad para nada desierta, por el contrario con una población turista bastante considerable. Dimos vueltas por las plazas, la casa de Mozart, la universidad de música, visitamos los jardines de la casa donde se filmaron los exteriores de la película La Novicia Rebelde (muy graciosa la gente entonando las canciones de la película), un par de cementerios que alojan algunos personajes muy interesantes (y viejos) y la catedral (con su cúpula reconstruida tras los bombardeos de la segunda guerra).
Ese día era el último juntos así que tuvimos el correspondiente almuerzo de despedida, y junto con la cena aprovechamos a acomodar un poco las valijas ya que mami y papi se llevaban un lindo paquetito del que nos deshacíamos Nacho y yo (nada más y nada menos que la valija con la que salí de Montevideo llena hasta el buche).
Después de disfrutar un día precioso en Salzburgo, al día siguiente Nacho y papá devolvieron el auto y con mami nos quedamos en la estación de tren sacando los pasajes para ellos a Munich y averiguando de dónde salía el tren que nos tomábamos con Nacho rumbo a Zurich donde nos reencontraríamos con nuestra familia transitoria. La despedida fue un poquito más difícil que la de Montevideo porque ahora por la experiencia de los primeros meses de viaje sabía cuánto iba a extrañar (y que no iba a ser poco), pero a la vez era un poquitito más fácil porque quedaba menos para volver a casa. Sin duda este viaje es una locura, una maravillosa locura, y cuando salí de Montevideo sabía que iba a extrañar, pero nunca pensé que tanto.
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