Antes de salir para Rotterdam tuvimos un pequeño cambio transitorio en la composición de la camioneta (o del grupo, porque estrictamente hablando aún no teníamos camioneta): Juan decidió quedarse unos días más en Amsterdam y recibimos a Nando, un amigo de Nacho Correa (alias el portugués) que vino de visita un par de días.
La salida de Amsterdam y llegada a Rotterdam no fue fácil, como suele pasarnos con las transiciones de ciudades. La salida fue relativamente temprana y estrenando walkietalkies pero en los primero kilómetros de ruta y tras una maniobra brusca del conductor del auto que lideraba, nos perdimos. En el segundo auto y sin gps (alias la gallega) quedamos Nacho, Andre y yo, todos muy frustrados con la utilidad de los recién comprados walkietalkies (que comprobamos no tenían un alcance mayor a unos 7 kilómetros). Intentamos reconstruir el camino que teníamos que seguir pero fue imposible, así que volvimos al camping a pedirle ayuda a otras camionetas amigas que nos facilitaron un gps con el cuál sacamos la ruta para llegar a un par de obras que íbamos a visitar antes de llegar a Rotterdam. Con eso y la hasta el momento nada valorada guía Michellin, nos acercamos a las obras y por el gps aparecieron las voces de Cachi, Gabi, Nando y el otro Nacho… una tremenda alegría! Para que se hagan una idea se llegó a escuchar “no me imagino cómo se habrán sentido los de los Andes cuando tuvieron señal en la radio!” (si bien obviamente nuestro viaje es muy distinto, estos personajes son citados recurrentemente).
Después de conocer Ámsterdam la visión que uno puede generar de otras ciudades cambia y mucho, al menos inmediatamente después, ahora con el tiempo me doy cuenta que este “efecto Amsterdam” se va diluyendo a medida que pasa el tiempo. Evidentemente pocas ciudades tienen un ritmo tan vibrante. Las expectativas que uno genera de otras ciudades, y en particular de otras ciudades holandesas, cambia. Rotterdam me resultó una ciudad linda, o más bien agradable, pero un tanto insulsa. Es una ciudad puerto, que fue prácticamente destruida en la segunda guerra mundial por lo que tiene muchos edificios nuevos, mezclados con intentos de recomposición de algunos un poco más antiguo, pero no se logra una composición muy feliz para mi gusto.
El día que llegamos, teniendo en cuenta todo lo que nos costó llegar, no hicimos mucho. Aprovechamos para juntarnos con otra gente de la generación que estaba en la ciudad y a hacer eso que se hace muy necesario en este viaje: estar con la gente, compartir, charlar. Al otro día, que era EL día para dedicarle a la ciudad, hicimos una visita bastante intensa con guía incluida. Cachi y Gabi se quedaron en la casa de una amiga que vive en Holanda hace varios años que nos hizo de guía e hizo de la visita mucho más disfrutable. Caminamos un montón, visitamos una zona que se ha tratado de levantar en los últimos años (con mucho edificio nuevo y reciclado), algunos parques muy lindos, el Kunstal (un museo de arte), el centro de arquitectura, unas casas muy extrañas llamadas “casas cubo”… para hacer todo esto en un día caminamos muchísimo y nos tomamos un watertaxi para cruzar más rápido de un lado al otro de la ciudad. Después de la recorrida fuimos a una zona cerca de la ciudad en la que se juntaron todos los molinos antiguos de Holanda y se conservan como patrimonio.
De Amsterdam ya no veníamos muy descansados, sobre todo Gabi y yo, y el día tan intenso y con tanta caminata en Rotterdam nos mató. Anduvimos buena parte del día arrastrándonos y tuvimos una siesta muy particular: en el Kunstal había una exposición de una especie de carpas en las que uno podía tirarse, una de las cuales sirvió de carpa para nuestra siesta! El cansancio se sigue acumulando y no es fácil reponer energías en el viaje, sobre todo durmiendo poco y durmiendo pocas veces en algún lugar medio parecido al hogar de uno.
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